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sábado, 13 de agosto de 2011

Agentes políticos y sindicales muestran su solidaridad a Etxerat

A raíz de las últimas presiones y ataques que ha sufrido Etxerat, distintos agentes políticos y sindicales quisieron mostrar ayer su solidaridad a esta asociación. La izquierda abertzale, EA, Alternatiba y Aralar fueron las formaciones políticas presentes, y LAB, EHNE y STEE-EILAS, las centrales sindicales. Después de la rueda de prensa, ELA se añadió a la iniciativa a través de una nota de prensa. Etxerat, por su parte, se sumó a la manifestación de hoy en Donostia.
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¿Está EE.UU. al borde de la bancarrota?



Mark Engler
Progreso Semanal




¿Estados Unidos el indigente? Es fácil imaginar a Estados Unidos como un Hummer atiborrado de bolsas de compra, con sodas tamaño gigante en los porta-vasos y una TV de pantalla de plasma saliéndose por el techo corredizo–una nación cuyos pecados son de exceso. Es más difícil imaginarse al país como un miserable con los bolsillos vacíos vuelto al revés.

Sin embargo, la idea de que el Tío Sam se haya quedado sin dinero aparece en el debate público. El lema “Estamos pelados” se usa para justificar hacer trizas nuestra red social de seguridad.

Entonces, ¿es cierto? ¿Está EE.UU. al borde de la bancarrota?

La respuesta rápida es no. Sí, el costo del sistema privado de servicios de salud en EE.UU. aumenta fuera de control. La nación tendrá que enfrentarse al problema en las décadas que se avecinan para permanecer solvente. Sí, en aras del planeta tenemos que restringir nuestra cultura de consumo sin sentido. Y sí, a la larga, EE.UU. debe restringir sus deudas internas y su aventurerismo armado en otros países o corre el peligro de que el dólar sea eliminado como la reserva monetaria mundial.

Pero por el momento, hay pocas cosas que ofrezcan un refugio mejor para los inversionistas internacionales que el Billete Verde norteamericano.

El mayor problema en estos momentos para la economía no es la deuda. Es que millones de personas que desean trabajar no encuentran empleo. Esto provoca tanto la desesperanza masiva como una enorme pérdida de producción económica.

El programa de facto de empleos en EE.UU., la rama militar, es muy ineficiente, con una desventaja diabólica: la contratación constante de soldados y la interminable producción de armamento, al final provoca que los legisladores piensen que ambos no deben permanecer ociosos.

El hecho de que supuestamente seamos demasiado pobres como para no poder financiar algo, excepto a los militares, es de plantilla. Desde los tiempos de Ronald Reagan, la Derecha ha seguido una estrategia de “hambrear a la bestia”. A diferencia de otros países, los defensores de la austeridad no pueden acudir al Fondo Monetaria Internacional para que ordene la destrucción de programas sociales muy populares. En su lugar, al aprobar continuamente reducciones de impuestos, han buscado privar al sector público de los fondos para financiar las iniciativas que ellos consideran son nocivamente redistributivas.

No es necesario hacer campañas individuales contra los programas públicos: los derrotan en masa al hacer imposible que el estado pague las facturas. (Bonificaciones extras, perennes reducciones de impuestos que benefician desproporcionadamente a los ricos que donan para sus campañas.)

Uno de los Maquiavelo de la derecha en Washington, Grover Norquist, argumentó que él buscaba no solo hambrear al estado, sino “reducirlo hasta un tamaño que podamos ahogarlo en la bañera”.

En teoría, la estrategia pudiera parecer tan solo levemente desagradable –y quizás hasta algo ingeniosa. La realidad es más grotesca. La inanición deliberada es un acto violento y cruel, y el asesinato por medio de la bañera es psicopático.

Hacer pasar hambre al público significa que se eliminan los programas extra-escolares para los niños que más los necesitan, y que en las ciudades plagadas de delitos y desempleo aumentan ambos al despedir a los agentes de policía. Y el hambre tampoco es solo una metáfora: justo en el momento en que la demanda de los sellos de alimentos financiados por el gobierno ha alcanzado niveles de récord, los conservadores atacan su presupuesto.

Si los derechistas continúan saliéndose con la suya, a los ancianos les entregarán miserables certificados de servicios de salud y les dirán que tienen que buscarse los servicios médicos en el libre mercado. Y la tarea de encontrar una biblioteca pública con horario decente de servicio será semejante a descubrir al elusivo cóndor californiano.

Actualmente vemos que el gobierno no es una abstracción. Por el contrario, los servicios son una expresión básica del bien común. Son cosas que afectan la vida diaria de la mayoría de los norteamericanos.

A medida que son eliminados, se nos fuerza a una comprensión desagradable: es a nosotros a quienes ahogan en la bañera. La bestia a la que hacen pasar hambre somos nosotros.

El desafío es grave y urgente

La mayoría de los ciudadanos cree que el Estado debe actuar para proteger a los más débiles y que la religión no debe interferir en la política; defiende la promoción activa de las minorías y acepta nuevas formas de familia; otorga un papel importante al Estado en educación, sanidad, seguridad o dinamización económica, y sospecha de la capacidad de las grandes corporaciones para comportarse como deben sin controles públicos.

El retrato que haría de sí un neoliberal y defensor acérrimo de la Escuela de Chicago, es el de un centrista compasivo, hombre o mujer de principios claros y moral sólida, buen gestor económico, amante de la libertad individual y riguroso en la defensa de la seguridad. Enfrente estarían los progres: izquierdistas trasnochados, empeñados en defender la salud y la educación públicas de inexistentes enemigos, que llaman a la lucha de clases, la nacionalización, el libertinaje, la desaparición de la religión, el aborto, la subida de impuestos, el despilfarro, la promoción de la pereza, la tolerancia con los criminales y la falta de principios morales.

Un ciudadano con cultura cívica no acepta la contraposición clásica entre libertad e igualdad, porque la verdadera libertad se logra promoviendo la igualdad. Ama la libertad más que los conservadores, pero no sólo la del "dejar hacer, dejar pasar". Porque, ¿cómo puede llegar a ser libre un niño que no accede a la mejor educación posible a causa de la pobreza de sus padres? ¿Cómo puede ser libre una persona con discapacidad si no se garantiza desde el Estado que pueda circular como cualquiera por las calles? ¿Cómo puede una mujer ser libre si no se garantiza su igualdad cuando trabaja? ¿Cómo puede un país ser libre si no se le protege de los abusos del mercado y no se favorece su nivelación?

Un ciudadano actual cree en la necesidad de dar seguridad a los niños, a los mayores, a los débiles, a las minorías, a los pobres... porque no cree que las desigualdades tengan un origen natural, sino un origen social que puede mitigarse. No se trata de proteger a los trabajadores frente a los empresarios, ni a los parias de la tierra y los descamisados contra los terratenientes y los nobles. Se trata de proteger a todos los ciudadanos de los excesos de un mercado sin normas y sin control.

Protección, sí, pero también capacitación, porque con ella se libera el potencial de los individuos y disminuye la necesidad de protección. Así adquiere sentido la regulación frente a una "libertad" mal entendida: para equilibrar las desigualdades, para que el porvenir del planeta no quede hipotecado por la ambición desmedida de unos cuantos, para que la generación de hoy no condene a las siguientes. Bajo los nuevos conceptos de "economía virtuosa", "recuperación verde" y "sociedad sostenible", los hombres actuales están agrupando las políticas que marcarán el futuro.

Para capacitar hay que invertir y habilitar recursos públicos: es decir, cobrar impuestos. Sin avergonzarse. Reniegan de los tributos quienes no creen en lo público. Pero ahora mucha gente necesita de la acción pública, máxime en tiempos como los actuales de crisis financiera y económica.

Los neoliberales llevan décadas promoviendo sin pudor ni complejo sus ideas, defendiendo "la libertad, la fuerza y la seguridad", y presentándose como portentosos gestores que acabarían con los funcionarios y las instituciones públicas supuestamente inoperantes. La crisis en que nos encontramos ha demostrado que estaban equivocados, pero su habilidad comunicativa ha conseguido distraer a la ciudadanía de la responsabilidad plena que sus políticas tienen en la actual situación.

Los ciudadanos actuales deben neutralizar la demagogia conservadora y acertar a comunicar su visión esperanzada de futuro. Si no lo hacen, verán cómo se imponen de nuevo el miedo, el desprestigio de lo público, la llamada al poder duro más peligroso. Un ambiente en el que los conservadores se mueven como pez en el agua, pero que nos abocará a la asunción resignada de la formación y estallido de burbujas insostenibles, con la consiguiente ampliación de las desigualdades. El desafío es grave y urgente.