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martes, 3 de julio de 2012
Qué asco
Alfonso González Jerez.
Imagino que los aficionados al fútbol no pueden comprender el hartazgo, el asco y la vergüenza ajena que a los que no lo somos nos procuran los delirios públicos alrededor de la selección española y la Eurocopa. Los berridos de puercos en el matadero en las terrazas y plazas dotadas de pantallas de plasma. Las banderitas colgadas de ventanas y balcones. Los mastuerzos con las caras pintarreajeadas de trazas rojigualdas. Los abufandados con veintitantos grados de temperatura ambiental. Los padres aleccionando a sus hijos en la pedagogía de la idiotez consuetudinaria y preguntándoles si están emocionados porque juega Españaespañaespaña. El borracho cantando los goles entre sonoros eructos en la puerta del bareto. Los más tecnologizados twiteando el partido y bacilándose de una belleza semianalfabeta que anuncia champús entre campeonato y campeonato. Las emisoras radiofónicas y las cadenas de televisión dedicándole seis, siete, ocho horas de programación ininterrumpida. Es absolutamente insoportable y quien no lo entienda así es que está sumergido hasta las narices en este lodazal de memez patriotera y ruin consuelo vicario. Por supuesto que el fenómeno no se limita a la selección española de fútbol: ahí tienen ustedes las lágrimas y pucheros por la derrota del CD Tenerife y la evaporación definitiva de sus posibilidades de ascenso. Yo me he pasado las últimas semanas suplicando a los dioses para que el CD Tenerife sea machacado sin piedad con la vaga esperanza de que el equipo se disuelva y el estadio Heliodoro Rodríguez López se transforme en unas instalaciones deportivas municipales, con la ventaja añadida de no tener que soportar más al presidente del club reinventando las formas verbales del idioma español y, en sus momentos más inspirados, el idioma mismo, hasta reducirlo a una afasia con semántica bagañeta.
Los éxitos deportivos como ortopedia patriótica. Lo he leído en editoriales y artículos durante los últimos días: gracias a la Roja todavía pude sentirse uno orgullosamente español. Si se quiere se puede construir una antropología del fútbol: algunos libros de Vicente Verdú, Manuel Vázquez Montalbán, Pablo Nacach o Eric González constituyen una bibliografía básica, pero suficiente. Yo creo que se puede disfrutar del fútbol, incluso de este macroespectáculo organizado y sostenido por ministerios y empresas multinacionales, como se puede disfrutar de una producción hollywoodense, siempre que no te lo tomes demasiado en serio. Siempre que no utilices el nosotros como combustible fundamental de la emoción. Pero me temo que es imposible. Como cualquier forma de dependencia emocional, como toda estrategia de sublimación afectiva, el fútbol exige un proceso de identificación simbólica y ritual plena, incondicional, acrítica y feroz. El fútbol. Será una de tantas cosas repulsivas y bochornosas que me sobrevivirán, como las patrias, las banderas, los tanques, las iglesias o el metacrilato.
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