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sábado, 15 de enero de 2011

Aznar dijo una verdad y escondió otra

J.M. Álvarez
Rebelión
José María Aznar afirmó en León que España está intervenida "de hecho" y aseguró que, tal y como está configurado, el Estado actual no es viable, y "financieramente, absolutamente inviable". Aznar, al mismo tiempo que dijo una verdad, escondió otra, para no contradecirse.

Lo cierto es que España está intervenida, no es soberana y depende del exterior. Ni siquiera tiene autoridad para devaluar la moneda porque no es su competencia, y todo ello gracias al capitalismo salvaje neoliberal, que tanto el PSOE como el PP intentan implantar en el país, sin importarles un pito las dramáticas consecuencias que ese “experimento” ha acarreado en otros lugares del mundo.

Pero el Estado es perfectamente viable expropiando la banca privada y desviando sus recursos (expoliados al pueblo) a una banca pública que conceda préstamos a la pequeña y mediana empresa, es decir, implementando una economía mixta, controlada por incorruptos, como paso previo al socialismo. Llegados a ese punto, Aznar, Felipe González, banqueros y demás, tendrían que exiliarse. De no hacerlo, rendirían cuentas ante un Tribunal popular por delitos de crímenes de guerra y Estado, robo, expolio y estragos.
Los postmodernos de hoy, enemigos del socialismo, difunden que aquel es algo del pasado, un sistema antiguo. A ellos hay que responderles que más antiguo es el capitalismo y ha sido incapaz de erradicar la pobreza, la miseria, el desempleo masivo o la muerte por hambre, algo que hasta el socialismo más revisionista logró en menos de un siglo y sin explotar a terceros países.

¿Que promesa has hecho para este nuevo año? ....Euskal Herria y la libertad

De www.gara.net :

http://www.gara.net/paperezkoa/20110115/243152/es/Euskal-Herria-libertad

Iñaki Egaña Historiador

Euskal Herria y la libertad


El pasado sábado asistí emocionado a la salida de la mayor manifestación de las que he participado en mi vida. Probablemente la mayor y hago la precisión porque las matemáticas no son mi fuerte. He pasado ya el medio siglo, por lo que creo que algo ya he visto para poder comparar.
Y digo emocionado porque, apretado en la acera, observé discurrir durante los primeros minutos a centenares de familiares, padres y madres en su mayoría, de presos vascos, dispersados en cárceles españolas, francesas y alguna que otra más lejana. Familiares con el pelo cano en la mayoría de los casos, alguno apoyado en el bastón para poder avanzar, en el último tramo de su vida, sin duda. Ataviados con pañuelos solidarios, alguna ikurriña y la foto prohibida de su hijo en la cartera del corazón.
Familiares que discurrían en silencio entre el aplauso incesante, por un instante eterno, tan soportable que a más de uno se le humedeció la mejilla. Familiares a los que, yo también con el pelo cano, reconocí en ocasiones. Viejos luchadores, sindicalistas, antifranquistas, militantes variopintos... a quienes a la congoja primera les había sustituido ya hace tiempo, el orgullo por sus hijos, la admiración por sus hijas, presos hoy en mazmorras infames. Sangre de su sangre.
Recuerdo que hace mucho, nada menos que 35 años, escuché por vez primera una canción que perpetuaba a Eustakio Mendizabal, Txikia, el mito de nuestra generación que mataron un día de abril de 1973. Supe más tarde que el propio Mendizabal antes que guerrillero fue poeta y que dejó algunas frases hermosas: «Oh, euskal gaztedi berri, herri zaharren udaberri». Recuerdos del recuerdo.
Esa canción sobre nuestro Txikia la escribió Telesforo Monzon, a quien la guerra había expulsado a Francia, Marruecos, Senegal y México, hasta que vino a dejarnos también su inspiración y compromiso desde Donibane Lohizune. Junto al cura de Sokoa, Piarres Larzabal, creó aquel organismo de acogida Anai Artea, poesía en medio de la tragedia, y escribió como nadie: «Mendizabal, Sasetaren hurrena, biak txiki, bizkor eta lerden».
Lo digo con humildad. No supe entonces quién era Saseta, Cándido, hasta que el propio Monzón me lo explicó en el receso de unas conferencias que, clandestinas para los que llegábamos del sur, se organizaron en el Museo Vasco de Baiona. Saseta era el mito de la generación de mi abuelo, el comandante en jefe de las Milicias Vascas que murió en Asturias en 1937 defendiendo, paradojas de la vida, la independencia de los vascos.