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lunes, 26 de diciembre de 2011

Rajoy, un gobierno de los banqueros y de la Merkel

Corriente Roja


El Congreso de los Diputados votó la investidura de Rajoy como nuevo presidente de gobierno. Con sólo el 30% del censo electoral, pero con una mayoría absoluta de 186 diputados, el PP ha elegido sin problemas a su candidato, o a decir verdad, al candidato de Merkel, Sarkozy y Botín. No en vano ha confesado que iba a seguir al pie de la letra las exigencias de la carta que el Banco Central Europeo envió este verano al gobierno Zapatero.

En su discurso de investidura, Rajoy ha querido eludir el anuncio de las medidas drásticas de ajuste y pese a intentar hacer bueno el dicho de vales más por lo que callas que por lo que dices, su discurso general, repleto de llamamientos a “pactos de Estado”, y la designación de los ministros económicos no dejan sombra de duda de que estamos ante un gobierno de guerra social contra los trabajadores y el pueblo.

Antes de entrar a saco quiere, en la medida en que pueda y le dejen, esperar algún mes más, hasta conocer los datos definitivos del déficit de 2011, para acometer los primeros planes de “choque” y de momento se ha limitado a presentar su cara más “amable”, con la actualización de las pensiones y subvenciones a los empresarios.

Su discurso, haciéndose eco de los planes de la Unión Europea, el FMI y el BCE, ha colocado a los empleados públicos en el punto de mira. La congelación del empleo público, el anuncio de “abrir un proceso de simplificación del sector público” y la actuación de los barones autonómicos del PP, preanuncian fuertes ataques a los salarios y al empleo en este sector.

Pero como su margen de maniobra es estrecho y su tiempo corto, ya a finales de este mismo año el Decreto de prórroga de los Presupuestos incluirá a buen seguro un primer ataque a los salarios públicos, y en marzo presentará los Presupuestos de 2012, donde nos enfrentaremos ya con seguridad a una batería de ataques frontales.

El gran compromiso de Rajoy para 2012 es alcanzar un déficit público del 4,4%, lo que significará un “ahorro” que será prácticamente el doble de los 16.500 millones anunciados. Esto se debe a que las rebajas fiscales que anunció suponen, según los técnicos de Hacienda (Gestha), dejar de ingresar alrededor de 9.500 millones. A lo que hay que añadir que en 2011, con la crisis, han bajado los ingresos públicos y subido los intereses de la deuda. Estamos hablando, pues, de un “ajuste” para 2012 de más del doble que el de Zapatero en 2010. Un ajuste a imponer entre el Estado y las Autonomías (con Artur Mas dando ejemplo). Un ajuste que significará nuevos recortes sociales y subidas de impuestos indirectos como el IVA, la gasolina o el tabaco. Todo al servicio de que los trabajadores y el pueblo paguemos la deuda a los bancos y especuladores.

Otro de los grandes compromisos de Rajoy ante Merkel y los banqueros es la reforma laboral, una de sus grandes prioridades. Quieren cargarse la negociación colectiva en las pequeñas y medianas empresas, facilitar el descuelgue, acabar con la “ultraactividad”, imponer la mediación y el arbitraje, abaratar la contratación y precarizar todavía más el empleo juvenil, con la finalidad descarada de abaratar al máximo salarios y acabar con derechos conquistados en muchos años de lucha.

La otra gran reforma es la financiera. La quieren tener lista para mediados de año. Más allá de la manera como finalmente la hagan, la sustancia de su plan es clara: cubrir con dinero público (aumentando la deuda pública) las enormes pérdidas de los bancos en terrenos, promociones inmobiliarias y pisos invendibles. Estamos hablando de la friolera de cerca de 150.000 millones de activos inmobiliarios devaluados, lo que representa el 15% del PIB español. Los grandes beneficiarios de este atraco masivo son unos pocos grandes bancos, que concentrarán como nunca el control de la riqueza del país.

Como su predecesor, Rajoy presenta estas medidas como necesarias para “salir del agujero”, pero no son sino un mecanismo de empobrecimiento masivo de la población en beneficio de una ínfima minoría, cada vez más poderosa, de banqueros y grandes capitalistas. Son, además, la fórmula segura para profundizar la recesión económica, en la que ya hemos entrado y que va a marcar de lleno el 2012.

Un Gobierno de hombres de la banca y la patronal

Más allá de los Ministros del aparato del PP fieles a Rajoy, hay cuando menos algunas caras a destacar que dejan claro al servicio de quien están. En primer lugar los responsables de Economía: Luis de Guindos y Cristóbal Montoro. El primero de ellos, Guindos, es un nombre vinculado a la gran banca internacional. Entró en el 2004 como miembro del consejo asesor para Europa de Lehman Brothers el banco de inversión estadounidense que quebró en 2008, desencadenando un seísmo financiero que dio inicio a la crisis económica. En el 2006, fue nombrado presidente ejecutivo de Lehman Brothers para España y Portugal.

La caída de Lehman Brothers en 2008 llevó al actual ministro al cargo de director del Centro del sector financiero de la consultora PricewaterhouseCoopers. Ha compatibilizado esos trabajos con los consejos de administración de Endesa y Unidad Editorial. Un titular del Financial Times resume su nombramiento: "Ex jefe de Lehman para gobernar la Economía española". Así pues, Rajoy ha nombrado a un hombre del capital financiero y de sus grandes operaciones especulativas, estrechamente ligado, además, a la banca americana.

Cristóbal Montoro, por su parte, es un personaje directamente vinculado desde hace muchos años a los organismos de la gran patronal CEOE y portavoz de sus intereses.

Llama también la atención el nuevo ministro de Defensa, Pedro Morenés, que ya fue alto cargo en los gobiernos de Aznar. Morenés es un empresario vinculado a la industria del armamento y al sector naval. Ha sido secretario general del Círculo de Empresarios y hasta el día anterior a su nombramiento, director de la filial española de la empresa europea de misiles MBDA, perteneciente al grupo armamentístico norteamericano Northrop. Es además desde hace dos meses director de Segur Ibérica, la empresa que presta la seguridad a los atuneros españoles.

Otro ministro a mencionar es el de Agricultura, Arias Cañete, terrateniente-consorte andaluz, casado con una Domecq, amigo de la buena vida y de todo tipo de negocios. Es el que, refiriéndose al Plan Hidrológico Nacional de Aznar, declaró aquello de “salir, sale por cojones”, aunque hay que recordar que dicho Plan, salir, no salió.

La actitud de la oposición

A un gobierno de guerra social como éste, la oposición parece que lo recibiera con no se sabe bien qué “expectativas”. Destaca la actitud de los dirigentes de CCOO y UGT, Toxo y Méndez, que, sabiendo como saben de primera mano lo que trae este Gobierno, ni lo denuncian, ni alertan a los trabajadores, ni comienzan a preparar la respuesta contundente que le pare los pies. Por el contrario, Toxo salió de la entrevista con Rajoy hablando de “buenas vibraciones” y llamando a un gran “pacto por el empleo”.

También hay que remarcar de la sesión de investidura la actitud del PSOE, su renuncia a ejercer el papel de oposición parlamentaria. En un debate de guante blanco, Rubalcaba se dedicó principalmente a llamar al PP a negociar pactos. No en vano PP y PSOE son, ambos, obedientes vasallos de Merkel y Sarkozy, al servicio del capital financiero.

Izquierda Unida, que aparece prácticamente como única oposición, no ha estado a la altura de lo que muchos esperaban de ella. Cayo Lara, proclamando una “oposición responsable y constructiva”, ha querido aparecer como portavoz de la burocracia sindical de CCOO y UGT, llamando a “negociar un nuevo modelo productivo”. Del mismo modo, no ha cuestionado el pago de la deuda pública a bancos y especuladores, ni a la UE, ni atacado los fundamentos de un sistema que nos lleva a la catástrofe.

Hay que mencionar también la miserable actitud del PP de impedir a Amaiur su derecho a formar grupo parlamentario. Pero no podemos dejar de comentar la abstención de los diputados de Amaiur ante la investidura de Rajoy. Su argumento es que ellos son representantes vascos y no entran a participar en la elección del gobierno español. Pero ¿alguien puede entender, desde la izquierda, que unos diputados que se reclaman del socialismo, no voten en contra de un gobierno presidido por Rajoy? ¿Cree Amaiur que se puede luchar contra este gobierno y sus planes sin unir fuerzas con los trabajadores y los pueblos de todo el Estado? ¿Le van a explicar a los trabajadores vascos que la reforma laboral, los recortes y los despidos no van con ellos?. ¿Piensan que van a lograr la libertad nacional del pueblo vasco sin unirse en una lucha común contra el régimen monárquico surgido de la Transición?

No darle ni un día de tregua

No se puede dar, por tanto, ni el menor margen, ni un día de tregua a este gobierno, como no dan ellos ni un solo día de tregua a los parados, a los trabajadores de los Ayuntamientos que están sin cobrar o están siendo despedidos, a las familias que con un ritmo de 500 por día siguen siendo desahuciadas de sus viviendas.

Desenmascarar y denunciar cada una de las medidas de este gobierno y llamar a las organizaciones obreras, a los trabajadores y a los jóvenes a enfrentarlas unidos es la tarea que tenemos por delante. Hay que preparar desde ahora la respuesta general para echar atrás sus planes, parar el pago de la deuda pública e imponer un plan de rescate de los trabajadores y el pueblo.

Los sagaces sarcasmos de Karl Marx a propósito de los "gobiernos técnicos"

Marcello Musto
Sin Permiso


De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del "gobierno técnico".

En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los diarios con mayor difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos político-institucionales que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de uno de los primeros casos de "gobierno técnico" de la historia: el gabinete Aberdeen (diciembre de 1852/enero de 1855). El análisis de Marx resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo.

Mientras el Times celebraba el acontecimiento como signo del ingreso "en el milenio político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y el patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos", y pedía para ese gobierno el apoyo de los "hombres de todas las tendencias", porque "sus principios exigen el consenso y el apoyo universales"; mientras eso decían los editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba la situación inglesa en el artículo "Un gobierno decrépito. Perspectivas del gabinete de coalición", publicado en enero de 1853. Lo que el Times consideraba tan moderno y bien atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando la prensa de Londres anunció "un ministerio compuesto de hombres nuevos", Marx declaró que "el mundo quedará un tanto estupefacto al enterarse de que la nueva era de la historia está a punto de ser inaugurada nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (.), burócratas que han venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por haber desde fines del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por edad y por usura, y sólo con artificio mantenidos con vida".

Aparte del juicio personal estaba, claro es, el juicio, más importante, sobre la política. Se pregunta Marx: "cuando nos promete la desaparición total de las luchas entre los partidos, incluso la desaparición de los partidos mismos, ¿qué quiere decir el Times?". El interrogante es, desgraciadamente, de estricta actualidad en un mundo como el nuestro, en que el dominio del capital sobre el trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo era a mediados del siglo XIX.

La separación entre lo "económico" y lo "político", que diferencia al capitalismo de modos de producir que lo precedieron, ha llegado hoy a su cumbre. La economía no sólo domina a la política, fijándole agenda y decisiones, sino que le ha arrebatado sus competencias y la ha privado del control democrático, y a punto tal, que un cambio de gobierno no altera ya las directrices de la política económica y social.

En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a transferir el poder de decisión de la esfera política a la económica; a transformar posibles decisiones políticas en incontestables imperativos económicos que, bajo la máscara ideológica de lo apolítico, disimulan, al contrario, un injerto netamente político y de contenido absolutamente reaccionario. La "redislocación" de una parte de la esfera política en la economía, como ámbito separable e inalterable, el paso del poder de los parlamentos (ya suficientemente vaciados de valor representativo por los sistemas electorales mayoritarios y por la revisión autoritaria de la relación entre poder ejecutivo y poder legislativo) a los mercados y a sus instituciones y oligarquías constituye en nuestra época el mayor y más grave obstáculo atravesado en el camino de la democracia.

Las calificaciones de Standard & Poor's o las señas procedentes de Wall Street -esos enormes fetiches de la sociedad contemporánea- valen harto más que la voluntad popular. En el mejor de los casos, el poder político puede intervenir en la economía (las clases dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las destrucciones generadas por la anarquía del capitalismo y la violencia de sus crisis), pero sin que sea posible discutir las reglas de esa intervención, ni menos las opciones de fondo.

Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los sucesos de estos días en Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de un "gobierno técnico" -o, como se decía en tiempos de Marx, del "gobierno de todos los talentos"- se oculta la suspensión de la política (referéndum y elecciones están excluidos), que debe ceder en todo a la economía. En el artículo "Operaciones de gobierno" (abril de 1853), Marx afirmó que "acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno de coalición ('técnico') es que representa la impotencia del poder (político) en un momento de transición". Los gobiernos no discuten ya sobre las directrices económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las parteras de los gobiernos.

En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos se puso negro sobre blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido secreta!) dirigida por el Banco central Europeo al gobierno de Berlusconi. Para "recuperar la confianza" de los mercados, es necesario avanzar expeditamente por la vía de las "reformas estructurales" -expresión que ha llegado a ser sinónimo de estrago social-, es decir: reducción de salarios, revisión de los derechos laborales en materia de contratación y despido, aumento de la edad de jubilación y, en fin, privatizaciones a gran escala.

Los nuevos "gobiernos técnicos", encabezados por hombres crecidos bajo el techo de algunas de las principales instituciones responsables de la crisis (véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o pasado, el de Monti), seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por "el bien del país" y por el "futuro de las generaciones venideras". De cara a la pared cualquier voz disonante del coro. Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que volver a saber interpretar las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener el coraje de proponer y experimentar las respuestas radicales que se precisan para superarla.