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miércoles, 26 de octubre de 2011
Victimas del Estado a causa del conflicto Vasco
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Euskal Herria,
terrorismo de estado
Se acabó el tiroteo y empieza el alboroto
Iñaki Errazkin Periodista y escritor
Desde que, en marzo de 1524, las tropas de Carlos de Habsburgo, considerado primer rey de España, conquistaran, tras tres años de asedio, el castillo de Fuenterrabía (último baluarte de la resistencia vasca, activa desde la ocupación manu militari del Reino de Navarra en 1512), los habitantes de los territorios históricos de Bizkaia, Araba, Nafarroa y Gipuzkoa han mantenido vivo el anhelo independentista, generación tras generación, sin solución de continuidad, hasta nuestros días. Las machinadas de los siglos XVII y XVIII, las guerras carlistas del siglo XIX, la guerra española del siglo XX y el importante apoyo social a ETA en los siglos XX y XXI tienen algo en común: la repugnancia de buena parte del pueblo vasco a formar parte de España. Habrá quien cuestione esta afirmación aduciendo que no se sabe con exactitud cuántos ciudadanos vascos apoyarían hoy la secesión. Los gobernantes, sin embargo, deben de tener una idea aproximada, lo que explica su empecinamiento en negar un referéndum que aclare tales dudas.
Muchos de los vascos que vivimos en España por distintas razones, nos hemos desgañitado explicando a nuestros vecinos castellanos, aragoneses, extremeños, o de cualquier otra región, que ETA siempre fue (sigue siendo) la tos de la neumonía. La organización Euskadi Ta Askatasuna era y es un síntoma de la patología política y social que supone que un Estado impida a todo un pueblo ejercer su derecho fundamental a decidir su futuro en libertad. Los españoles, hombres y mujeres, de derechas y de izquierdas, son, salvo poquísimas y esforzadas excepciones, cómplices de esta injusta situación histórica. Y lo son desde el momento en que comparten, por activa o por pasiva, la teoría imperialista que define la unidad de su patria como algo sagrado e intocable. Políticos, sindicalistas, empresarios, religiosos y periodistas carpetovetónicos, se han enronquecido en las últimas décadas asegurando un día sí y otro también que sin violencia todo se puede conseguir en democracia. Es el momento de comprobarlo. Acabado el tiroteo comienza ahora el alboroto.
Desde que, en marzo de 1524, las tropas de Carlos de Habsburgo, considerado primer rey de España, conquistaran, tras tres años de asedio, el castillo de Fuenterrabía (último baluarte de la resistencia vasca, activa desde la ocupación manu militari del Reino de Navarra en 1512), los habitantes de los territorios históricos de Bizkaia, Araba, Nafarroa y Gipuzkoa han mantenido vivo el anhelo independentista, generación tras generación, sin solución de continuidad, hasta nuestros días. Las machinadas de los siglos XVII y XVIII, las guerras carlistas del siglo XIX, la guerra española del siglo XX y el importante apoyo social a ETA en los siglos XX y XXI tienen algo en común: la repugnancia de buena parte del pueblo vasco a formar parte de España. Habrá quien cuestione esta afirmación aduciendo que no se sabe con exactitud cuántos ciudadanos vascos apoyarían hoy la secesión. Los gobernantes, sin embargo, deben de tener una idea aproximada, lo que explica su empecinamiento en negar un referéndum que aclare tales dudas.
Muchos de los vascos que vivimos en España por distintas razones, nos hemos desgañitado explicando a nuestros vecinos castellanos, aragoneses, extremeños, o de cualquier otra región, que ETA siempre fue (sigue siendo) la tos de la neumonía. La organización Euskadi Ta Askatasuna era y es un síntoma de la patología política y social que supone que un Estado impida a todo un pueblo ejercer su derecho fundamental a decidir su futuro en libertad. Los españoles, hombres y mujeres, de derechas y de izquierdas, son, salvo poquísimas y esforzadas excepciones, cómplices de esta injusta situación histórica. Y lo son desde el momento en que comparten, por activa o por pasiva, la teoría imperialista que define la unidad de su patria como algo sagrado e intocable. Políticos, sindicalistas, empresarios, religiosos y periodistas carpetovetónicos, se han enronquecido en las últimas décadas asegurando un día sí y otro también que sin violencia todo se puede conseguir en democracia. Es el momento de comprobarlo. Acabado el tiroteo comienza ahora el alboroto.
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