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domingo, 25 de abril de 2010
Españoles ejemplares
Sobre la muerte de Juan Antonio Samaranch
Tuvieron que pasar unas horas desde el anuncio de su muerte antes de que, de entre las decenas de elegías, en periódicos, televisiones y radios progres, pudiera escuchar una en que se hiciera mención a una faceta tan importante de su biografía. Y aún se le trató de disculpar acto seguido, a pesar de que el sujeto nunca se arrepintió en vida de lo realizado e incluso siguió defendiendo su postura e ideario. Me refiero, como muchos ya imaginarán, a Juan Antonio Samaranch, popularmente conocido por su paso por el Comite Olímpico Internacional (que presidió en la época más salpicada por la corrupción y el dopaje de su historia reciente); aunque también, en el caso de los más veteranos y de los jóvenes interesados en conocer la historia de España, por su participación activa en el régimen dictatorial franquista, cuyos nocivos efectos aún hoy padece el Estado.
"¿Quién a su edad no tiene un pasado franquista? Y además en los sesenta y los setenta, que no es lo mismo que al principio" me sorprendía escuchar de los labios de Javier Cansado en el espacio La Ventana de la Cadena Ser, disculpando al que fuera encumbrado a las elites del régimen, primero por el cuñadísimo Ramón Serrano Suñer, y después por el terrorífico Carrero Blanco, como si esos fueran méritos que todo padre de vecino llevara en el currículum. Pero de eso, y de mucho más, no se hablaba en los obituarios que ayer glosaban su figura; algunos de los cuáles -como apuntaba con acierto Isaac Rosa en una columna de hace unos días- comenzaban su biografía después del 75. Eso sí, obviando que el puesto de embajador en la Unión Soviética, fue el premio a su excelente gestión en la Diputación de Barcelona por mandato dictatorial, de la que salió con el eco de las protestas de una hastiada ciudadanía. La suma, para la elite franquista, siempre fue positiva en nuestra "modélica" y aún inacabada transición.
La noticia del deceso de Samarach coincidía en periódicos e informativos con la de la condena a 25 años de prisión a Reynaldo Bignone, último presidente de la dictadura militar argentina. En Argentina, al fin de su terrible régimen dictatorial, se firmaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que dejaban, como en España, a todos los responsables de la dictadura en libertad. Afortunadamente, el país latinoamericano dio un paso en firme hacia la legalidad, derogando -entre 2001 y 2004- esas injustas leyes, restituyendo la justicia, y llevando a prisión a todos los asesinos y sus cómplices. En España, en cambio, 35 años después de la muerte del dictador, ni la prensa -por no entrar en otros menesteres- se atreve a poner a cada uno en su sitio. Así vamos de atrasados.
Tuvieron que pasar unas horas desde el anuncio de su muerte antes de que, de entre las decenas de elegías, en periódicos, televisiones y radios progres, pudiera escuchar una en que se hiciera mención a una faceta tan importante de su biografía. Y aún se le trató de disculpar acto seguido, a pesar de que el sujeto nunca se arrepintió en vida de lo realizado e incluso siguió defendiendo su postura e ideario. Me refiero, como muchos ya imaginarán, a Juan Antonio Samaranch, popularmente conocido por su paso por el Comite Olímpico Internacional (que presidió en la época más salpicada por la corrupción y el dopaje de su historia reciente); aunque también, en el caso de los más veteranos y de los jóvenes interesados en conocer la historia de España, por su participación activa en el régimen dictatorial franquista, cuyos nocivos efectos aún hoy padece el Estado.
"¿Quién a su edad no tiene un pasado franquista? Y además en los sesenta y los setenta, que no es lo mismo que al principio" me sorprendía escuchar de los labios de Javier Cansado en el espacio La Ventana de la Cadena Ser, disculpando al que fuera encumbrado a las elites del régimen, primero por el cuñadísimo Ramón Serrano Suñer, y después por el terrorífico Carrero Blanco, como si esos fueran méritos que todo padre de vecino llevara en el currículum. Pero de eso, y de mucho más, no se hablaba en los obituarios que ayer glosaban su figura; algunos de los cuáles -como apuntaba con acierto Isaac Rosa en una columna de hace unos días- comenzaban su biografía después del 75. Eso sí, obviando que el puesto de embajador en la Unión Soviética, fue el premio a su excelente gestión en la Diputación de Barcelona por mandato dictatorial, de la que salió con el eco de las protestas de una hastiada ciudadanía. La suma, para la elite franquista, siempre fue positiva en nuestra "modélica" y aún inacabada transición.
La noticia del deceso de Samarach coincidía en periódicos e informativos con la de la condena a 25 años de prisión a Reynaldo Bignone, último presidente de la dictadura militar argentina. En Argentina, al fin de su terrible régimen dictatorial, se firmaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que dejaban, como en España, a todos los responsables de la dictadura en libertad. Afortunadamente, el país latinoamericano dio un paso en firme hacia la legalidad, derogando -entre 2001 y 2004- esas injustas leyes, restituyendo la justicia, y llevando a prisión a todos los asesinos y sus cómplices. En España, en cambio, 35 años después de la muerte del dictador, ni la prensa -por no entrar en otros menesteres- se atreve a poner a cada uno en su sitio. Así vamos de atrasados.
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