La mayoría de los ciudadanos cree que el Estado debe actuar para proteger a los más débiles y que la religión no debe interferir en la política; defiende la promoción activa de las minorías y acepta nuevas formas de familia; otorga un papel importante al Estado en educación, sanidad, seguridad o dinamización económica, y sospecha de la capacidad de las grandes corporaciones para comportarse como deben sin controles públicos.
El retrato que haría de sí un neoliberal y defensor acérrimo de la Escuela de Chicago, es el de un centrista compasivo, hombre o mujer de principios claros y moral sólida, buen gestor económico, amante de la libertad individual y riguroso en la defensa de la seguridad. Enfrente estarían los progres: izquierdistas trasnochados, empeñados en defender la salud y la educación públicas de inexistentes enemigos, que llaman a la lucha de clases, la nacionalización, el libertinaje, la desaparición de la religión, el aborto, la subida de impuestos, el despilfarro, la promoción de la pereza, la tolerancia con los criminales y la falta de principios morales.
Un ciudadano con cultura cívica no acepta la contraposición clásica entre libertad e igualdad, porque la verdadera libertad se logra promoviendo la igualdad. Ama la libertad más que los conservadores, pero no sólo la del "dejar hacer, dejar pasar". Porque, ¿cómo puede llegar a ser libre un niño que no accede a la mejor educación posible a causa de la pobreza de sus padres? ¿Cómo puede ser libre una persona con discapacidad si no se garantiza desde el Estado que pueda circular como cualquiera por las calles? ¿Cómo puede una mujer ser libre si no se garantiza su igualdad cuando trabaja? ¿Cómo puede un país ser libre si no se le protege de los abusos del mercado y no se favorece su nivelación?
Un ciudadano actual cree en la necesidad de dar seguridad a los niños, a los mayores, a los débiles, a las minorías, a los pobres... porque no cree que las desigualdades tengan un origen natural, sino un origen social que puede mitigarse. No se trata de proteger a los trabajadores frente a los empresarios, ni a los parias de la tierra y los descamisados contra los terratenientes y los nobles. Se trata de proteger a todos los ciudadanos de los excesos de un mercado sin normas y sin control.
Protección, sí, pero también capacitación, porque con ella se libera el potencial de los individuos y disminuye la necesidad de protección. Así adquiere sentido la regulación frente a una "libertad" mal entendida: para equilibrar las desigualdades, para que el porvenir del planeta no quede hipotecado por la ambición desmedida de unos cuantos, para que la generación de hoy no condene a las siguientes. Bajo los nuevos conceptos de "economía virtuosa", "recuperación verde" y "sociedad sostenible", los hombres actuales están agrupando las políticas que marcarán el futuro.
Para capacitar hay que invertir y habilitar recursos públicos: es decir, cobrar impuestos. Sin avergonzarse. Reniegan de los tributos quienes no creen en lo público. Pero ahora mucha gente necesita de la acción pública, máxime en tiempos como los actuales de crisis financiera y económica.
Los neoliberales llevan décadas promoviendo sin pudor ni complejo sus ideas, defendiendo "la libertad, la fuerza y la seguridad", y presentándose como portentosos gestores que acabarían con los funcionarios y las instituciones públicas supuestamente inoperantes. La crisis en que nos encontramos ha demostrado que estaban equivocados, pero su habilidad comunicativa ha conseguido distraer a la ciudadanía de la responsabilidad plena que sus políticas tienen en la actual situación.
Los ciudadanos actuales deben neutralizar la demagogia conservadora y acertar a comunicar su visión esperanzada de futuro. Si no lo hacen, verán cómo se imponen de nuevo el miedo, el desprestigio de lo público, la llamada al poder duro más peligroso. Un ambiente en el que los conservadores se mueven como pez en el agua, pero que nos abocará a la asunción resignada de la formación y estallido de burbujas insostenibles, con la consiguiente ampliación de las desigualdades. El desafío es grave y urgente.
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