Los preparativos del ataque a Irán continúan sin pausa a juzgar por el comportamiento de la jauría mediática, el ejército del imperio para la guerra psicológica. Lo que ocurre deja una inquietante sensación de déjà vu por su semejanza con el clima mediático fabricado antes del ataque a Iraq con la fábula de las armas de destrucción masiva.
Un ejemplo de ello es que la semana pasada Israel rechazó drásticamente la sugerencia de la Organización Internacional de Energía Atómica(OIEA) de someter a la inspección internacional su programa nuclear y unirse al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN) que se ha negado a firmar por décadas. La noticia pasó casi inadvertida en los medios corporativos, mucho menos se publicó en ninguno de ellos algún artículo de censura a esta actitud arrogante, en abierto desprecio por el derecho internacional, ni tampoco que expresara preocupación por la horrible amenaza a la supervivencia de la humanidad de las 400 bombas nucleares que se estiman en posesión del Estado hebreo. La gestión con Israel fue realizada por el japonés Yukiya Amano, director de la OIEA, quien se vio forzado a hacerlo por la encomienda que recibió de la mayoría de los Estados miembros, entre ellos los árabes, pero seguramente la realizó sin el menor entusiasmo ya que esta no era algo -Israel lo sabe muy bien- del interés de Estados Unidos y sus aliados.
En cambio, el informe de la OIEA sobre el programa nuclear de Irán -éste sí miembro muy inspeccionado del organismo y firmante del TNPN- filtrado a algunas agencias de prensa el lunes 6 sí ha sido ampliamente divulgado con un sesgo belicoso y rabiosamente antiiraní en los ya citados medios y ha dado pie a numerosos comentarios que sugieren o aseguran llegado el momento de la opción militar contra la nación persa como el publicado el miércoles 8 en la edición digital de The Wall Street Journal, cuyos estrechos vínculos con el complejo militar industrial, el capital financiero y el lobby sionista son de sobra conocidos. Como ocurrió con Iraq, el informe asegura que Irán cuenta con suficiente cantidad de uranio procesado como para fabricar dos bombas nucleares si lo depurara. Lo mismo, debe aclararse, ocurre en cualquier país que procese uranio con fines pacíficos y el propio informe dice que no hay pruebas de que el programa iraní tenga fines militares.
La filtración del informe en este momento no es casual. La resolución 1929 del Consejo de Seguridad (CS) de la ONU establece que en un plazo de 90 días a partir de su adopción (9/6), el director general del OIEA debe rendir un informe sobre el programa nuclear de Irán a la Junta de Gobernadores del organismo (que según su página web se reúne la semana próxima) y paralelamente al CS en el que precise si Teherán está cumpliendo con las cuatro resoluciones decretadas por aquél desde 2006, incluyendo la 1929. En caso de que el informe indique que Irán no ha cumplido el CS adoptará “otras medidas apropiadas para persuadir a Irán de que cumpla lo dispuesto”. No es necesario ser docto para darse cuenta de qué quiere decir “otras medidas apropiadas”. En rigor, todos los que votaron por este instrumento se pusieron inconsciente e irresponsablemente entre la espada y la pared. Quien se dio cuenta de inmediato y lo ha explicado muy sencillamente es Fidel Castro al afirmar que Irán no es Iraq, que la nación persa no admitirá la inspección de sus buques y la rechazará por la fuerza, así como resistirá encarnizadamente a un ataque, posibilidad subestimada, al igual que su capacidad de hacer daño a los atacantes. Esta realidad, que Estados Unidos e Israel –y las otras potencias nucleares que votaron a favor de la 1929- no pudieron calcular en su momento es la que arrastrará inevitablemente a una guerra nuclear por encima de la voluntad de los que toman las decisiones, incluido Barak Obama, si se intentara aplicar la resolución con las armas. Por eso la batalla de Fidel se concentra en crear conciencia en el mundo de que estamos en una situación inédita, cuyo desarrollo es necesario frenar pues en caso que estalle la guerra su dinámica impedirá que, como en otros conflictos, los líderes puedan impedir que se accione el gatillo nuclear, como pudieron hacer con gran tino Kennedy y Krushov durante la crisis cubana de los misiles. Una guerra nuclear de magnitud y consecuencias imprevisibles nada menos que a las puertas de India, Pakistán, Rusia y China, todas potencias atómicas.
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