En Afganistán, Pakistán e Iraq, las principales regiones de interés militar para los EEUU hoy (obviando los centenares de sitios a los que ha enviado a soldados, agentes y mercenarios estadounidenses para yugular algún que otro brote eruptivo de conflicto étnico, tribal, religioso o territorial), hay indicios de que las cosas van yendo cada vez más por su lado.
En Afganistán, el General David McChrystal ha optado por un acto de insubordinación; el presidente afgano patrocinado por los EEUU habla de hacer las paces con los enemigos talibanes y de ordenar a los EEUU y a la OTAN que abandonen el país (precisamente cuando acaban de descubrirse miles de millones de dólares en yacimientos de litio, oro y otros minerales codiciados por los dirigentes de cualquier nación moderna).
Hay disputas entre kurdos, turcos e iraquíes en Iraq, disputas que los EEUU consideraban más o menos pacificadas, aun si no sometidas al gobierno. Hay desórdenes en Somalia, Yemen y el Sáhara. Diríase que los EEUU no son la nación más poderosa de la tierra.
En mayo pasado, el Secretario de Defensa de los EEUU, Robert Gates, ofreció una serie de charlas, en su mayor parte no publicadas, sobre los gastos en defensa, que hace un buen número de años que está disparados, y no sólo desde los ataques de al-Qaida sobre Nueva York y Washington en 2001, aun si esas embestidas "abrieron una espita en el gasto de defensa, que prácticamente dobló el presupuesto de base en el último decenio". Se supone el gasto armamentístico estadounidense se realiza para librar a los estadounidenses de problemas; pero no está funcionando.
El Secretario dijo que "la espita se ha cerrado, y seguirá cerrada por un buen período de tiempo". Lo cierto es que todos los intentos del Congreso de cerrar la espita o de reducir el gasto militar han terminado en un fracaso durante estos últimos años, porque la del gasto militar es una causa electoralmente irresistible, aun cuando los resultados sean irracionales o linden incluso con lo ridículo.
El Secretario Gates dio buenos ejemplos de esto último cuando habló en la convención anual de la Liga de la Armada a comienzos de mayo. Dijo que prácticamente todos los grandes programas armamentísticos en fase de desarrollo o de producción, incluyendo los dos principales proyectos de la Armada -el llamado Navío de Combate Costero y el programa para el caza multiservicios Joint Strike (al que algunos gobiernos europeos poco avisados se sumaron contractualmente) están pasados de presupuesto, van con retraso y saturados de problemas.
Lo que se ignora es por qué desarrollan los EEUU estas armas.
Se está comprando la nave de combate costero para operaciones en aguas poco profundas y costeras, a fin de emplear a la Armada en la guerra contra el terror (o contra piratas, o contra "extremistas violentos", de acuerdo con la moda terminológica que cada quién prefiera), de donde la Armada ha estado embarazosamente ausente, dado que los terroristas raramente son gentes marinas, mientras que los piratas, aun siéndolo a menudo, no pasan de usar lanchas hinchables tipo zodiac. Si se culmina el proyecto, el barco se terminará previsiblemente cuando los EEUU abandonen la guerra contra el terror, frustrados y hartos de fracasos, y cuando la Armada decida que, después de todo, es una Armada de mar adentro, y no precisa de tales navíos.
En su discurso ante la Liga de la Armada, Gates llamó la atención sobre los que la Armada estadounidense posee ya:
Once grandes grupos de portaaviones nucleares patrullando los mares y dispuestos para enfrentarse a flotas enemigas. Ninguna otra nación posee un solo grupo de portaviones de este tipo, de modo que no hay flotas a las que enfrentarse. Francia (¡siempre Francia!) ha construido un portaviones nuclear moderno y está pensando si puede permitirse construir otro. Ninguna otra armada tiene más que unos cuantos portadores para reactores de despegue horizontal y helicópteros (los EEUU tienen 10 de este tipo). Los EEUU tienen 57 submarinos nucleares equipados con misiles de ataque (más que todo el resto del mundo sumado), más 79 navíos Aegis equipados con misiles defensivos y capaces de portar 8.000 misiles de lanzamiento vertical. En total, se estima que la Armada estadounidense dispone del equivalente a la suma de las 13 armadas que le siguen en capacidad en el mundo.
El Cuerpo de Marines de la Armada, que dispone de sus propias fuerzas aéreas y blindadas, no tiene equivalente alguno en el extranjero, y tiene por sí misma, mayor envergadura que la mayoría de los ejércitos nacionales extranjeros.
Gates podría haber recitado cifras similares sobre la enorme desproporción entre el ejército y las fuerzas aéreas estadounidenses y los del resto del mundo tomados de consuno (exceptuando a China y a la India, que tienen fuerzas terrestres dos o más veces mayores que el ejército regular estadonudense –excluidos los auxiliares mercenarios estadounidenses—, pero se trata de ejércitos terrestres no aptos para combatir contra los EEUU, ni es demasiado probable que su gobiernos lo quisieran).
Pero este poder titánico ha sido incapaz de producir paz en ninguna parte. Durante los 65 años transcurridos desde el final de la II Guerra Mundial, los estadounidenses han gastado más en gasto militar que todo el resto del mundo sumado con la declarada intención de pacificar el mundo y afianzar la democracia.
Se han librado guerras o llevado a cabo intervenciones militares en Corea, China (a través de las fuerzas mercenarias le Kuomintang y de las tribus tibetanas), Cuba (a través de los exiliados) Laos, Vietnam, Camboya, Líbano, Libia. Iraq (por partida doble), Irán, Somalia, Afganistán (por partida doble), Pakistán (con zánganos y con fuerzas especiales), Nicaragua (a través de los "contras"), Granada, Panamá, la República Dominicana, Chile, Grecia y por doquiera. Más, probablemente, pero esos son los sitios que recuerdo ahora mismo.
Incompleta o no, no ofrezco esta lista a cuenta de un irreprimible sentimiento de indignación. Algunas de esa intervenciones estaban justificadas, la mayoría, no; otras han de verse en el contexto de la época. El motivo de mi listado es un hecho que nadie parece acabar de entender, y es: se ganaron batallas, pero los EEUU no consiguieron ganar ni una sola guerra. No hay una sola victoria (salvo las que se dirán enseguida), y ni una sola de las intervenciones arrojó un resultado positivo, tal vez con la excepción de Kosovo. Las únicas victorias inequívocas se dieron en Granada, contra una cuadrilla de albañiles cubanos, y en Panamá, en donde 500 civiles (según estimaciones de la ONU) fueron asesinados para poder detener al presidente Manuel Noriega y encerrarlo en la celda de una cárcel de Miami. Y ya ha cumplido su condena.
William Pfaff (1928) es un analista político de origen germano-estadounidense, columnista habitual del International Herald Tribune y frecuente colaborador de la New York Review of Books.
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